Día de Grabaciones: "La primavera en Lora del Río". Crónica y audios


Texto y grabaciones del 19 de abril de 2014: José Carlos Sires
    
    Es plena primavera en mi campo, en mi amado terruño en Lora del Río. Los mirtos con sus hojas verdes y aceradas y las jaras están en plena y hermosa floración. Además hay margaritas y todo tipo de otras plantas que se     ofrecen a las abejas que pacientemente cosechann su néctar y polen que transformarán en dulce miel. Por todas partes revolotean decenas de mariposas a cuál más bella, aquí un licénido azul, allí una saltamuros, más allá una colias de un feroz amarillo. Y por supuesto están las aves, haciendo suyas todas y cada una de las partes de mi amado lugar.

    En el jaral las currucas cabecinegras se llaman y cantan con sus agrias voces, secas como el matorral donde viven. El jaral es muy espeso, y no tienen más remedio que emplear la voz para evitar encuentros desagradables y no deseados entre vecinos. No sólo ellas se muestran nerviosas y excitadas por los aguijonazos de la primavera. Mientras disputan, dos verderones sobrevuelan la zona persiguiéndose y un mirlo, en un alarde estrambótico, canta en vuelo (1). En el brocal de mi pozo una golondrina canta (2), mientras en el herbazal con varios olivos dispersos que hay a su alrededor un grupo de mitos, esos pajarillos tan simpáticos, siempre sociables y tan parlanchines, no dejan de moverse de un lugar a otro, todos juntos, mientras conversan con su voz aguda e insignificante. Por momentos un verdecillo macho los ahoga con sus trinos acelerados que lo acaparan todo a su alrededor. Los verdecillos son tan insistentes que aparecen casi como un sonido de fondo, como un elemento de la naturaleza, tal es el empeño y la bravura de estos pequeños machos por dejarse oír y por defender una parcela de terreno donde su familia pueda tener un buen comienzo en la vida (3). Al mediodía se levanta viento, pero eso no desanima al decidido buitrón que no deja de volar trinando rítmica e insistentemente, a pesar de su pequeño tamaño y de las fuertes ráfagas (4). Éste no es su territorio, pero ya que tiene que pasar por aquí marca la zona por si acaso. Más tarde, un rato después, el viento se calma, y los rechonchos aviones comunes, ágiles voladores a pesar de su figura poco estilizada, sobrevuelan la zona en busca de sustento (5). Ya hace calor, y los termófilos abejarucos disfrutan de las abejas y avispas tan abundantes en la zona mientras no dejan de parlotear y hacer piruetas. Mientras vuelan los abejarucos un ruiseñor no se permite un respiro. A pesar de lo caluroso del ambiente y de que la mayoría de pájaros callan, él es obstinado y cantará día y noche sin descanso (6).

   Hora de comer. Cerca de la casita donde hacemos vida un grupo de enormes pinos y algunos olivos albergan unas cuantas parejas de rabilargos que se saludan con sus gritos agudos y estridentes (7). Una curruca cabecinegra, a sabiendas de que a pesar de su bonito aspecto el rabilargo gusta de devorar algún huevo o polluelo de vez en cuando, da su grito de alarma (8). Ya más tarde una pareja de carboneros se persigue con sus agudos, simpáticos y metálicos reclamos. Una paloma torcaz se posa en un pino, esquiva y tímida, y arrulla con su voz suave y sorda, como si estuviera murmurando entre dientes (9).

    Y una última sorpresa. Al caer la tarde, inesperadamente, el relincho agudo y cristalino del pico menor. Una pareja de estos diminutos carpinteros de juguete han hecho de unos árboles de una rivera cercana su hogar, árboles que se quemaron hace años pero cuyos esqueletos siguen aún en pie, ofreciendo a estos simpáticos y escasos pájaros un lugar donde perforar sus agujeros compensando con la madera blanda sus exiguas fuerzas. Esta última grabación muestra que en la naturaleza todo es posible, sorpresas, decepciones, y que cada día que nos lanzamos al campo aguzando nuestros ojos y oídos es una promesa de una aventura nueva por vivir (10).