Día de grabaciones. El 15 de marzo en mi campo. Crónica y audios



Texto y grabaciones: José Carlos Sires

Antes que nada una aclaración: las grabaciones irán numeradas y en el texto pondré el número de la grabación entre paréntesis.

La primavera ya se ha desperezado y está despertando, pero con un cambiante humor como es típico en los que recién se levantan.

Es temprano y cae una incesante llovizna que humedece el ambiente de esta mañana fresca y calma, sin una brizna de aire. La lluvia realza los aromas a tierra mojada, a jara, romero, poleo menta, pino, lava y suelta todas las moléculas olorosas y hace que se distribuyan mejor en la húmeda atmósfera. Me pongo mi impermeable y respiro hondo el aire hiperoxigenado y fragante, todo un placer para mi nariz y mis pulmones, sí.

Me he refugiado bajo un olivo y un carbonero ha tenido la misma idea, aunque se oculta en un árbol diferente al mío. Escondido entre las ramas llama quedamente, pues la lluvia tranquiliza a todos los seres y los vuelve un poco cabizbajos aunque no infelices (1). Para de lloviznar y salgo de mi refugio. Un brusco y estridente sonido me sobresalta y me saca de mi ensueño al tiempo que una figura marrón sale volando potentemente, es un zorzal que trata de aprovechar su oportunidad rebuscando en el suelo las lombrices que con la humedad salen a la superficie (2).

El cielo sigue cubierto con una espesa y uniforme manta de nubes y bajo él la atmósfera es pesada y calma, abrigada como está por esa cobertura protectora. En un enorme pino que hay cerca de la casita donde hacemos vida un pequeño pajarillo marrón se recorta contra el tronco por el que sube como a extraños trompicones, cual si fuera un juguete de cuerda. Inspecciona atentamente un pequeño trozo de corteza hurgando con su grácil pico curvado con la precisión de un cirujano. Captura algo que resulta invisible y satisfecho vuelve a subir un poco de ese modo tan gracioso. Es un agateador común, y por lo que pronto descubro macho, cuando se pone a lanzar colgado del tronco, y apoyado en las recias plumas de su cola, la imperativa y vibrante estrofa de su canción (3). Por si ésto fuera poco la llamada de otro agateador que no alcanzo a encontrar forma un dueto con el anterior, es la hembra que con sus llamadas responde al canto de su consorte (4). Un mirlo cloquea alterado y luego sale en estampida de una encina cercana chillando estentóreamente sin saber yo por qué motivo escapa (5).

Un pequeño mosquitero común se confunde entre las hojas verde ceniciento de un olivo, y lanza un solitario grito tras lo cual reanuda su búsqueda de pequeños insectos (6). Un solitario pardillo que parece perdido sobrevuela la zona emitiendo su reclamo amortiguado y nasal (7). Aunque yo no tengo ni idea de dónde viene y hacia dónde va él sí debe saberlo, pues frecuentemente sobrevuelan mi campo sin que por desgracia se decidan a criar en él, una pena no poder disfrutar de alguna pareja cuyo macho me regale su dulce y suave trino, aunque aquí es la naturaleza quien manda. imagino que tendrá su residencia en alguno de los muchos naranjales cercanos que pronto perfumarán el ambiente.

Unos fuertes soplos de viento liberan el campo de su caparazón de nubes, hacen jirones el manto y permiten que el bien recibido calor del sol llegue al suelo para encender los ánimos de las avecillas del lugar. El aire, literalmente, explota en trinos. Un verderón macho sale del mismo pino donde antes cantaba el agateador y lanza unas estrofas. Este amante del sol es algo perezoso para cantar y necesita sus buenos días de calorcito para templar su garganta, pero barruntando que ésto pronto llegará se anima a lanzar unas estrofas, eso sí, sin la fuerza que caracterizará su burda canción dentro de poco.

Paseo tranquilamente por la falda de mi amado monte. Unos machos de curruca cabecinegra se disputan y reparten el espeso, pegajoso y aromático matorral de jara decidiendo las fronteras de sus territorios con sus ásperos reclamos y cantos y con exibiciones en cortos vuelos (9). En la lejanía un sonido rítmico y profundo rebota por troncos y matorrales propagándose a gran distancia, es un bello macho de abubilla que se anima con el calor. Él no se ha establecido en mi finca, pero sí lo bastante cerca como para que yo pueda oír su poderosa canción. Ha elegido un viejo agujero de pájaro carpintero situado a gran altura en un pino que fue construido y usado el año pasado por su legítimo propietario y que este año da alojo a otros. Al concluir la canción un bufido y unos gritos agudos como de pichones, es el macho llevándole un regalo a su hembra para ganarse sus favores. Con un poco de suerte más adelante sí habrá pollos de verdad, y se oirán gritos parecidos a éstos pero más agudos e insistentes.

Un mirlo más cercano canta en una rama cercana sobresaliente compartiendo escenario sonoro con la abubilla (10). ¡Una sorpresa, un torcecuello! Es la primera vez que lo oigo aquí. Es un macho que regresa de sus cuarteles de invierno en África. Su voz suena apagada y cascada, sin el aroma salvaje y recio que la caracteriza, a causa del agotamiento de su propietario por el largo viaje y los meses de desuso. Casi sin interrumpir su periplo realiza unos ensayos para tener su triunfal grito territorial a punto en cuanto se establezca en el sitio adecuado (11). Unos graznidos graves y potentes llaman mi atención. Miro hacia arriba y dos grandes siluetas negras vuelan juntas a gran altura con un profundo batir de alas. Es la pareja de cuervos residente, todo un ejemplo de fidelidad y armonía conyugal. Desde que adquirí la finca no hay día en que vaya y no los vea, siempre juntitos. Cuando ya casi se han marchado, perdiéndose en el horizonte, una verderona lanza una llamada quejumbrosa posada en un viejo y achaparrado olivo que a pesar de haberse quemado en un incendio hace años resistió y logró rebrotar de nuevo (12).

El charloteo de los zorzales animados por el suave calorcillo del sol se hace más intenso por momentos y se combina con los agudos de los verdecillos formando un continuo sonoro, un mar, en el que se inserta todo lo demás. Mientras otros pájaros están empezando a criar ahora el verdecillo ya está bien metido en faena. Seguro que este macho, la bravura de cuyo canto no cuadra con el modesto tamaño de su propietario, ya tiene a su hembra con huevos o incluso polluelos a medio crecer. Con su nerviosa canción la tranquiliza a ella y defiende su territorio de otros machos intrusos (13).

Llego al herbazal con varios olivos dispersos, un pequeño llanito donde concluye la colina y encuentro nuevos personajes. Un herrerillo común macho canta, mientras algunas de las superabundantes currucas cabecinegras calientan su garganta (14). De repente se puede desencadenar el desastre, un carbonero se coloca en un olivo a unos metros del herrerillo y lo increpa (15). Nuestro pequeño y azulado amigo se encuentra en verdadero peligro. Es sabido que los carboneros compiten con los herrerillos pues tienen un nicho ecológico similar. Como son más grandes y fuertes pueden no sólo expulsar a los herrerillos sino incluso agredirlos hasta la muerte o destrozar su nidada, rompiendo huevos y asesinando pollos. A pesar de las llamadas metálicas y agresivas del carbonero, el herrerillo, a la desesperada, aumenta la intensidad de su canto y mantiene la posición a pesar de ponerse en peligro. Su nido está cerca y no puede dejarlo a merced del intruso. Al final el carbonero se relaja y continúa a lo suyo. El lugar es muy fértil y hay orugas e insectos para todos. Se conforma con que el herrerillo sepa que él está ahí y se ande con cuidado.

Cerca una serie de chasquidos finos llaman mi atención, es uno de los últimos petirrojos en marcharse de la zona (16). Mientras los zorzales y currucas capirotadas no parecen tener prisa ya no queda sin embargo casi ninguno de estos pajarillos tan simpáticos de pecho escarlata.

El día poco a poco va declinando y vuelve a refrescar de nuevo. El agateador vuelve a llamar de nuevo, esta vez posado en un olivo (17). Un jilguero se para un momento y ensaya una única frase (18). Y aparece una visita esperada y bien recibida, una figurilla ocrácea rematada por una cresta piramidal blanquinegra, el herrerillo capuchino (19). Todos los años alguna parejilla se anima a criar en la zona, y ya estaba yo esperando su llegada.

La noche se echa y ya mismo he de regresar. Me pierdo a los mochuelos, a los cárabos y quién sabe si a algún búho real. Pero las carreteras en esa zona están muy deterioradas, de modo que hay que volver. Pero una curruca capirotada me da una dulce despedida (20).

Siento si las grabaciones no son de libro, en algunas hay ruidos que interfieren como el viento o mis familiares haciendo vida, espero poco a poco ir aprendiendo y captar mejores audios. Ya estoy aprendiendo a resistir la tentación de moverme mientras grabo para intentar enfocar mejor al ave, he descubierto que aunque no esté bien cogido el movimiento para acercarme afea más la grabación que si me quedara quieto sin centrar al animal.

Un saludo, y espero os guste